martes, 4 de diciembre de 2012

GABI ROCA_Un mundo.Un acontecimiento (Una posibilidad de ver)

                                                                                                   

             

UN MUNDO. UN ACONTECIMIENTO

(Una  posibilidad de ver)*


 



      
 


No basta abrir la ventana
para ver los campos y el río.
No es suficiente no ser ciego
para ver los árboles y las flores.
También es necesario no tener ninguna filosofía.
Con filosofía no hay árboles: sólo hay ideas.
Hay sólo cada uno de nosotros, como un sótano.
Hay sólo una ventana cerrada, y todo el mundo afuera;
y un sueño de lo que se podría ver si la ventana se abriese,
que nunca es lo que se ve cuando se abre la ventana.

Poemas inconjuntos, Alberto Caeiro.


Porque estamos en el Paraíso,
todo en este mundo
nos hace mal.
Fuera del Paraíso, nada molesta,
pues nada cuenta.

Ono no Komachi.

               La eterna (y cansina) cuestión acerca de la muerte de la pintura sobrevuela de cuando en cuando los devastados terrenos del arte. Su extinción siempre  prevista termina (repetidamente) en un planificado levantamiento del acta de defunción y vuelta a empezar.
Pero la cuestión no es tan simple. Otras prácticas artísticas encabezaron, en su momento, el pelotón de fusilamiento que condenaba a la pintura por trasnochada e inoportuna. Pero paradójicamente han dejado de existir (como la pintura) para convertirse en imagen, en unos tiempos en que todo, absolutamente todo, es imagen. Y aunque la pintura ha asumido su incapacidad para representar el mundo, también ha aceptado que puede resarcirse colándose por los intersticios de su ineptitud. En todo caso con la muerte de la pintura lo que sobrevive es lo pictórico, siempre luchando denodadamente contra el tiempo para tratar de encajar el espacio con la representación. Y sólo con un esfuerzo infatigable y  escamoteando su naturaleza logra precariamente alcanzar cierta posibilidad. 





               Definitivamente la pintura ha adoptado la condición de espectro, siempre apareciendo y desapareciendo, siempre atenta y dispuesta para la fuga, pero siempre atenta y dispuesta también para ofrecer la rendija por la que poder alcanzar su posibilidad. Roca se reconoce (lo reconocemos) en estos indicios y los sigue (lo seguimos) como el que persigue un rastro. Lo vemos en estos trabajos donde se recrea en el espacio alegórico mediante la pintura que nunca ha abandonado (ni lo ha abandonado). Y lo hace re-creando el inicio de todo. Y cuando digo todo, es TODO: lo visible de lo invisible, el signo antes del significado, la imagen antes de la imagen. Haciendo que la realidad se parezca a la realidad. ¿Pero cómo? Pues falseándola. Re-creando a través de retóricos mecanismos el inicio. Porque para que la realidad se parezca a la realidad hay que falsearla. 





               ¿Cuál fue la imagen primera? La Naturaleza fue el tema favorito de la pintura desde sus inicios hasta el final de la modernidad. Luego desapareció al mismo tiempo que el sujeto abandonaba el campo como quien abandona el escenario. Pero la naturaleza fue lo que primero miramos cuando tuvimos conciencia de estar aquí. Y eso es lo que nos trae  Roca. A través de un sofisticado dispositivo técnico intenta presentarnos naturalmente algo que no lo es (la imagen). Pero que lo parece. Un sofisticado dispositivo ideado estratégicamente ad-hoc para atrapar una vibración, un temblor, un gesto. Pero sin gesto. Toda la atención centrada en un proceso repetido casi científicamente que anuncia un advenimiento. Casi sin margen de error, merodeando la imagen, insistiendo, repitiendo como en una salmodia, sin saltarse el protocolo establecido, como quien recita un mantra,  hasta conseguir la imagen,  que no es sino la imagen primera. Imágenes matrices que naturalmente y en apariencia surgen de la pintura. Porque ese fue el fin primero de la pintura, el de revelar la verdad: la representación del mundo y de la realidad se hacía a través de la naturaleza. Pero la verdad también hace tiempo que nos abandonó. Roca hace de esta desaparición un ejercicio susceptible de ser representado. Y asume su papel de mapeador.






                Y mapea distintos territorios, desde el geográfico  hasta el de la pintura y la historia del arte pasando por el de la memoria. Porque mapear no es sino hacer una incisión y lograr una apertura en el espacio. Una experiencia topográfica que escenifica planimetrías imposibles pero ciertamente y aparentemente reales. Tan reales como que el creador es él, tan irreales como que son representaciones de territorios en ciernes, alterables y cambiantes, porque un mapa nunca es el mismo y lo que representa nunca es lo mismo. El soporte acoge el nacimiento de arborescencias improbables, raíces intuidas de invisibles floras, sedimentos y marcas de cataclismos imaginados, mesetas y torrentes fluviales, ríos de pintura, médanos y corrientes, marejadas y pleamares, extrañas formas que emanan del fondo monocromo para permanecer ilusoriamente indefinidos en nuestra mirada y en nuestra memoria, impermeables al significado. Porque es esto un hacer surgir de lo invisible el signo antes del significado, la imagen antes de la imagen, en una indefinición que se convierte en su razón de ser. En estas pinturas hay un momento en el que algo acontece sin la intervención del lenguaje y más allá de la narración, en el espacio tramposo del plano que es el soporte. Este artificio reta paródicamente incluso los preceptos del expresionismo y la abstracción, guiñándole el ojo a Greenberg y sus acólitos, la autorreferencialidad, el gesto, la pureza de la pintura y la planitud acentuada, ahora como un campo de entrenamiento. Motherwell, Tobey y Michaux campan por aquí a sus anchas gracias a Roca.






               Lo que está por ver. Lo que aún no ha sido visto. La imagen antes de la imagen. El camino indefinido que hay entre el signo y el significante. Porque el arte moderno en su recorrido nos ha ido escamoteando la posibilidad de ver para instalarse en la desmemoria y la atrofia. Y este problema es el que afronta Roca con la afirmación de lo visible desde este imaginario en el que todo lucha por aparecer, por darse a conocer, por desvelarse: un acontecimiento.
               Estas representaciones informales, vagamente reconocibles, son ambiguas versiones de las estructuras de la imagen, esqueletos de la imagen. Estas composiciones  orgánicas y laberínticas, gráficamente complejas, representan también, aparentemente, mapas cognitivos, sistemas neuronales, conexiones nerviosas complejas, territorios opacos de la representación. Signos en emergencia desde un origen sismográfico incierto. La (simulada) evolución caligráfica narra la experiencia del acontecimiento. Y de la mirada. Una mirada, que a la manera de un archipiélago, conecta extensas relaciones y desplazamientos como si fuera una raíz que se va deshilvanando. Sin limitación espacio-temporal ni campo visual fijo y anulando un único punto de vista (como hacían los orientales). Elaborando, al fin, una imagen que es un texto. La irrepresentable visibilidad de la imagen misma.






               Pero no nos engañemos, Roca no es un pintor expresionista ni un nostálgico de la pintura. Porque la pintura nunca se fue. Y Roca nos la presenta (representa) ahora. Aquí. Un sedimento acaso poético que ya no es ventana. Y lo hace aunque sea con un metarrelato. De la manera más natural (y más artificial). 

        
           
 Ángel Padrón


*Este texto fue escrito para el catálogo de la exposición ROCA2012 que tuvo lugar en la Sala de Arte Contemporáneo SAC entre el 30 de noviembre de 2012 y el 29 de enero de 2013. El catálogo fue editado por Ediciones Saquiro.